Ricardo Anaya —fallido candidato presidencial del PAN en 2018— con la excusa de pedir que escuchemos las voces de los especialistas, sí, en estos tiempos de crisis mundial por el coronavirus, lo que en realidad hace es invitar a la gente a escucharlo a él, al político que sale del retiro en el momento en que ve problemas graves para la población mexicana.
Haciendo alarde de ser todo un académico porque, dice, lleva la friolera de un año dando clases —¡oh, academia, cuántos crímenes intelectuales se cometen en tu nombre!—, lo único que busca es generarle problemas al gobierno del presidente AMLO. Piensa el señor Anaya que pronto se multiplicarán los muertos por el Covid-19 y se apunta para nutrir sus posibilidades políticas con tantos cadáveres como pueda sumar a la cuenta de la 4T.
El perdedor Anaya se dice fuera de los reflectores de la política, pero pretende reinsertarse en ese ámbito para perseguir intereses propios, de grupo y personales, que él solo podría conseguir precisamente en esa esfera. Habla de haber adquirido madurez, pero se muestra con este intento de sobra carente de ella.
Oportunismo puro al argumentar que no corresponde dividir o hablar de política, mientras hace eso al reaparecer en el contexto de la grave crisis sanitaria actual. Habla de una pandemia que no hace distingos sociales ni respeta fronteras, pero a la vez nunca respondió por qué su familia ha vivido tanto tiempo en Estados Unidos y no en México. ¿Con qué presupuesto?
Anaya seguramente pensó que puede llenar algún vacío de liderazgo y de información que se presente, pero él, con su oportunista carroñería, no llena nada salvo su infinita vileza y mezquindad en su ya nada respetable biografía.
Es la hiena, actuando exactamente igual que su jefe de tantos años —a quien por cierto traicionó—, el zopilote Felipe Calderón, el otro carroñero que quiere beneficiarse de la crisis del coronavirus.
Anaya y Calderón carecen de estatura moral para hacer un llamado a la solidaridad con los trabajadores, con los consumidores de bienes y alimentos básicos y con las pequeñas empresas, así como al despliegue de un presupuesto masivo para realizar pruebas de detección del virus; los dos siguen inmersos en sucios escándalos: el primero, de corrupción y de defraudación fiscal; el otro, por sus relaciones más que cercanas con García Luna, el estratega de la ‘guerra contra el narco’ que trabajaba para El Chapo Guzmán.
Si no surgen nuevos dirigentes con autoridad moral, la oposición —tan necesaria en el sistema democrático— simplemente no va a crecer. Qué tristeza.