Desde que recibe los primeros rayos de sol, este pueblo mágico, el municipio de Bacalar, Quintana Roo, y su laguna, abruman por su belleza. Revelan el reflejo de un turquesa intenso, en diversas tonalidades, a lo largo de este amplio espejo líquido, localizado 40 kilómetros al norte de Chetumal, la capital. Es impresionante, pero también frágil, hoy en día, corre el riesgo de perder un poco de esta apariencia prístina debido al desarrollo humano y el turismo.
El Covid-19 nos ha dejado grandes lecciones de vida, una de ellas es nuestra relación con la naturaleza y la posibilidad de reflexionar sobre la huella que tiene nuestro consumo en el planeta.
Desde que comenzó el confinamiento y se cerraron al turismo las reservas naturales, la flora y la fauna endémica tuvo un respiro de la contaminación causada por el turismo; y un ejemplo de ello es la paradisiaca Laguna de Bacalar.
Ubicada al sur de Quintana Roo, la laguna de los 7 colores es una maravilla de la naturaleza en Bacalar, un municipio con solo 11 mil habitantes, pero que cuando se abrió al turismo comenzó a deteriorarse debido a la acumulación de basura y la contaminación por aguas residuales.
En 2019 el New York Times publicó un reportaje donde apuntaba que la laguna de Bacalar estaba perdiendo el color de sus aguas debido a falta de tratamiento del sistena de drenaje y las fosas sépticas de las residencias cercanas a la laguna, una daño irreversible que provoca la pérdida de especies marinas.
Hace dos meses las autoridades suspendieron la actividad turística, dejando fuera a más de 40 mil visitantes, algo que la fauna agradece, pues especies como reptiles han regresado a su hábitat.
El ecosistema de la laguna ha mejorado notablemente desde que las embarcaciones dejaron de moverse, ahora los habitantes buscan generar un equilibrio que preserve la salud del ecosistema, para evitar los errores del pasado.
Con información de Excelsior.