Redacción
En la pluma de Juan Luis H.
González Silva, columnista invitado para el Diario NTR Guadalajara, la relación
del miedo y la zozobra cohabitan entre los ciudadanos de Jalisco debido a la
inseguridad que tiene secuestrada la libertad de salir a cualquier hora, a
cualquier parte.
Aquí la columna íntegra:
El miedo paraliza, es enemigo de
la libertad y la razón. Mucho se ha escrito a lo largo de la historia sobre
este concepto, ya sea desde la psicología, la sociología, la ciencia política,
la economía o la literatura. El miedo también es un mecanismo de control de la
voluntad de las personas. Esto Maquiavelo lo sabía muy bien. El temor era
concebido por el pensador florentino como un efectivo instrumento para
garantizar la seguridad del príncipe.
Julio Cortázar describe, en un
brevísimo cuento, el sentimiento de persecución infatigable al que nos
enfrentamos los seres humanos durante buena parte de nuestra vida. En
Instrucciones para dar cuerda al reloj nos receta de entrada una sentencia que
parece infranqueable y determinante: “Allá en el fondo está la muerte, pero no
tenga miedo”.
Lo que Cortázar plantea en este
relato es que siempre, hagamos lo que hagamos, el telón de fondo de nuestra
existencia será la muerte, una especie de impulso esencial que construye la
relación entre el tiempo y la vida. De ahí que la muerte se haya constituido en
la pareja ideal del miedo, su comparsa, su cómplice.
El miedo se ha concentrado en
tres motivos o razones sustanciales: miedo a que las incomprensibles fuerzas de
la naturaleza nos aniquilen, miedo de morir a causa de una enfermedad y miedo
de ser asesinados por otro ser humano. La tragedia es que, de una u otra forma,
una de estas tres opciones se hará realidad en algún momento. No hay escape.
Vivir con miedo no es vivir,
dicen algunos. Sin embargo, en este país y en este estado (Jalisco) así lo
hemos hecho. El terror, la zozobra y la incertidumbre han tenido un lugar
asegurado en nuestro día a día desde hace mucho tiempo. La existencia plena que
parece experimentarse en otros lugares, en Jalisco es un sueño guajiro, una
fantasía cada vez menos probable.
La pandemia de Covid-19 sólo vino
a sumarse a una larga lista de “factores de riesgo” que los jaliscienses
debemos sortear todos los días. Es mentira eso de que “éramos felices, pero no
lo sabíamos”, como rezan algunas sentencias que circulan en las redes sociales.
El miedo aquí tiene carta de residencia y muchos rostros y representaciones.
En Jalisco –y quizá en muchos
estados del país– tenemos miedo de salir a la calle a correr o a andar en
bicicleta. Muy cerca de donde yo vivo le han arrebatado, con lujo de violencia,
el celular a muchas personas que estaban exponiéndose, o sea, haciendo
ejercicio.
Tenemos miedo de ir a un café o a
un restaurante en nuestra propia colonia. En las últimas semanas ha habido
asaltos a mano armada en tres lugares a los que solemos ir. En mi café favorito
y en el restaurante de comida japonesa favorito de mi familia mataron a un
hombre, un crimen en cada lugar. Así nada más, llegaron, les sacaron una
pistola y los mataron, uno de ellos, frente a su familia.
También experimentamos terror
cuando nos enteramos de las fosas clandestinas llenas de cuerpos humanos que
aparecen, con toda su inexplicable atrocidad, en Tlajomulco, lugar donde viven
queridos amigos, o en Zapopan, un municipio cercano y entrañable.
Tenemos miedo porque todos los
días nos enteramos de los asesinatos, las ejecuciones y las desapariciones en
Lagos de Moreno, Chapala, Puerto Vallarta, Tonalá, Tlaquepaque, Tequila,
Jalostotitlán… Aunque sea “entre ellos”, entre “malosos”, las muertes violentas
de seres humanos pesan igual en la conciencia colectiva y en el ánimo
social.
Nos da miedo que nuestras hijas,
hermanas, sobrinas y amigas salgan a la calle, tomen un taxi o manejen sus
propios autos. Al iniciar este inolvidable 2020, Jalisco ocupaba el tercer
lugar en feminicidios a nivel nacional. El Salto y Juanacatlán, los municipios
con más casos.
La pandemia no trajo el miedo a
nuestro estado, antes de ella ya nos daba miedo que nuestros hijos fueran a
algún antro o bar porque sabíamos que esos lugares eran de alto riesgo para su
seguridad. Cerca de 30 por ciento de los crímenes perpetrados en el estado son
contra jóvenes de entre 18 y 35 años.
A esta infame lista de temores y
miedos se suma ahora el Covid-19. El virus que nos obliga a andar con
cubrebocas, a tomar sana distancia, a lavarnos las manos y a quedarnos en casa.
Pero ojo, el nuevo coronavirus no es el factor que detonó este sentimiento de
pánico que experimentamos los que tratamos de hacer nuestra vida en la Zona
Metropolitana de Guadalajara y en el resto del estado. Aquí la tranquilidad se
perdió desde hace mucho tiempo y el trabajo de los políticos y las autoridades
de todos los niveles, colores y sabores, no se ha traducido en seguridad y en
mejores condiciones de vida para la población.
De hecho, es posible que la
pandemia y nuestras largas estancias en casa hayan reducido un poco nuestro
temor de enfrentar los riesgos que representan las calles. Muchos amigos y
familiares dicen sentirse más cómodos y tranquilos de que sus familias, y
principalmente los más jóvenes, estén la mayor parte del tiempo en el
hogar.
Por todo esto y trayendo a
colación la idea de Maquiavelo que expuse al inicio de esta entrega, parece que
en Jalisco el Estado no utiliza el miedo para mantener el poder y controlar las
voluntades de sus subordinados, aquí el Estado también tiene miedo y
experimenta la impotencia de cualquier ciudadano de a pie.
Frente al crimen y la
delincuencia organizada el Estado es uno más de nosotros, solo, asustado,
incierto y sin capacidad de respuesta. Está rebasado y eclipsado por una fuerza
mayor, y en ese contexto los ciudadanos somos más pequeños y más
insignificantes aún.
En la relación entre la muerte y
el miedo, nuestros gobiernos son unos espectadores más, pues se saben incapaces
de incidir a favor de nuestra tranquilidad y quitarnos el miedo de morir
asesinados y dejarnos lidiar, solamente, con el temor de infectarnos por un
virus mortal.
Con información de NTR
Guadalajara