Por Juan Luis H. González Silva.
El poder simbólico determina, en buena medida, la realidad. En el espacio de la política no es la excepción. Sea parte de una estrategia de comunicación o de una convicción personal, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, ha tenido perfectamente claro el personaje público que es; sabe que no puede viajar en un avión de 3,000 millones de pesos y en camionetas blindadas. No acude a restaurantes de lujo y no se hospeda en hoteles de 5 estrellas o Gran Turismo, porque sabe que hacerlo sería atentar contra sí mismo y contra el grueso del electorado que lo llevó hasta el lugar que ocupa hoy. Por eso, sigue y seguirá comiendo en cualquier fonda, local o puesto callejero, caminará entre la gente sin protección, seguirá usando ropa sencilla y teniendo un trato cercano con las personas que le tienden la mano. Todos estos elementos, a partir del 1º de julio de 2018, constituyen un modelo de comunicación que tiene cautivado a buena parte de los mexicanos.
En contraste, el día de ayer el gobernador de Jalisco, Enrique Alfaro, fue captado por las cámaras de televisión de ESPN en el juego de los Lakers de Los Ángeles. Él y sus acompañantes estaban sentados en primera fila, disfrutando del partido en lugares que tienen un costo entre $2,600 y $3,000 dólares, cada uno.
La importancia de este suceso no sólo radica en el origen de los recursos con los que se pagaron esos boletos o en la capacidad adquisitiva del propio gobernador, sino en el mensaje que envía a los jaliscienses. La frivolidad del suceso contrasta con las discusiones que se están llevando a cabo en el espacio público del estado: el incremento en los índices delictivos, homicidios y desapariciones en un buen número de municipios del estado; los feminicidios no reconocidos como tales; el galimatías SISEMH vs IJM; el injustificado incremento en las tarifas del transporte público.
Así, mientras el presidente de la república decide no acudir al Foro Económico de Davos para atender personalmente los asuntos prioritarios del país, el gobernador de Jalisco emprende una gira difusa por los Estados Unidos y en el primer día de trabajo decide invitar a parte de su comitiva a un juego de basketball en uno de los escenarios deportivos más caro del vecino país y en los lugares que tradicionalmente ocupan magnates, estrellas de cine y las figuras más excéntricas de la socialité de hollywood.
El presidente mantiene y eleva sus índices de popularidad gracias a la congruencia narrativa que mantiene, el gobernador de Jalisco sigue dilapidando su reducido capital político en gustos, banalidades y caprichos, que lo alejan cada vez más, de los ciudadanos libres de Jalisco, esos a los que siempre apela y convoca en campaña.