Redacción
En la opinión de Federico Arreola de el plan de activación en México va por el camino correcto, aunque la desesperación nos haga pensar, por momentos, en otra cosa. Aquí la columna íntegra publicada en SDP Noticias:
En abril muchos le pedimos al presidente AMLO un plan de reactivación económica. A aplicarse ese mismo mes. Urgentemente.
Pensábamos que la pandemia iba a ser de corta duración y que, milagrosamente, en el verano íbamos a volver a la “normalidad”.
El molesto estío ya ha avanzado y si algo sabemos es que son muy bajas las posibilidades de abrir plenamente las economías de las principales ciudades mexicanas. Más bien, si apostáramos, creo que todos y todas ahora diríamos que en septiembre, cuando el verano se vaya, seguiremos como estamos ahora, trabajando y comerciando a medias, o inclusive de vuelta al confinamiento. El virus no se ha ido, recordémoslo.
La crisis en España como referente
La experiencia de otros países, y pienso sobre todo en España, no aporta razones para el optimismo. En tal nación, que depende bastante del turismo —como la nuestra, sí, y probablemente menos que México—, "vencieron" al virus y lo presumieron, pero se trató de la clásica victoria pírrica: salieron todos al mismo tiempo a emborracharse en las calles, las playas, los bares... y ya están volviendo a sus casas, de nuevo enfermos, porque el coronavirus, que se suponía ya se había ido, apareció de nuevo por todas partes.
El resultado ha sido que el resto de Europa si no prohibió viajar a los destinos españoles, sí lo ha sugerido con tanta fuerza que las cancelaciones en hoteles y aviones han sido masivas. La temporada de verano ya la perdieron en España; es decir, siguen en las mismas que antes de haber "derrotado" al virus.
Cualquier cantidad de dinero que el gobierno de Pedro Sánchez haya inyectado a mantener más o menos en niveles aceptables de operación a las empresas hoteleras, de restaurantes y aerolíneas, si no ha sido dinero tirado a la basura, no ha servido para que nada se reactive plenamente. Y ya son muchos meses de parálisis.
Aunque hay ahora millones de nuevos desempleados, no hubo todavía más despidos en España por las ayudas del gobierno —por ejemplo, el famoso ERTE: procedimiento para que las empresas no echen a la gente a la calle, pero sí para reducir las jornadas de trabajo o suspender temporalmente el pago de salarios sin que los patrones los paguen, financiado lo anterior con recursos públicos.
No sería justo decir que haya sido dinero tirado a la basura, pero lo cierto es que se necesitará mucho más para que las empresas, al menos las turísticas, no cierren.
En algún momento mas empresas morirán —ya han muerto muchas en ese país—, algo inevitable si no se normaliza la situación en la industria del turismo. España vive en gran medida de Europa y tendrá euros prestados para intentar superar la crisis, pero si esta dura más de lo debido, en algún momento todo se va a complicar: no hay fuentes infinitas de dinero o de crédito.
La experiencia mexicana
En México, López Obrador decidió que fueran las empresas las que se encargaran de mantener sus fuentes de empleo. Muchas lo han hecho. Merecen aplausos los empresarios, las empresarias que han recurrido a sus ahorros para conservar los puestos de trabajo. Era lo menos que podían hacer mujeres y hombres que han prosperado durante mucho tiempo gracias a la generosidad de nuestra sociedad con quienes trabajan honestamente en actividades comerciales, de servicios o industriales.
Pero ha habido desempleo, tristemente no era posible evitarlo. Quienes se han quedado sin trabajo y necesariamente se han pauperizado pueden recurrir a los programas sociales que, afortunadamente, fueron lo primero que la 4T puso en marcha. Con otro gobierno no habría habido nada para evitar el desastre.
La ventaja en nuestro país es que, por así expresarlo, el gobierno sigue teniendo balas en su pistola para dispararlas cuando sí sea útil inyectar recursos a las empresas, es decir, cuando realmente haya condiciones para reactivar la economía.
Si en algún momento resulta imprescindible hacerlo, a pesar de la alergia que le provoca la medida, el presidente AMLO recurrirá a créditos. Si no hay otra opción, se hará. Es lógico. Pero solo ocurrirá en el momento en que verdaderamente la crisis sanitaria se haya superado. No antes.
Los famosos planes keynesianos de reactivación recomendados por economistas y empresarios tuvieron sentido, por ejemplo, después de la guerra, no cuando los combates eran más cruentos. Es locura reparar los cristales rotos de una mercería con aviones bombarderos encima.
Cuando el enemigo se va, entonces hay que limpiar, poner orden, apoyar a la gente y a las empresas para que de nuevo florezca el comercio, que es la actividad fundamental en sociedades complejas. Pero solo cuando el enemigo se ha retirado.
El Consejo Coordinador Empresarial, dirigido por Carlos Salazar, presentó numerosas propuestas para financiar “mecanismos de apertura a la brevedad”. Se le exigían al gobierno muchos miles de millones de pesos que solo podían conseguirse de prestado.
Apoyé esa idea y cuestioné a Andrés Manuel por no haberla aceptado. ¿Habría servido de algo? Absolutamente de nada. No ha habido condiciones para abrir a plenitud el sistema económico y, ahora mismo, estaría el CCE pidiendo más recursos, que no habría manera de conseguir.
Los ERTE de España ayudaron a que ni cerraran ni despidieran trabajadores muchas empresas, sobre todo prestadoras de servicios a los turistas. Pero el verano español que iba a ser de renacimiento, solo ha servido para demostrar que el coronavirus no está derrotado.
Entonces, no hay turistas. Los ERTE y otras medidas de apoyo tendrán que extenderse, pero ¿por cuánto tiempo? Si tienen suficiente dinero, es decir, si la Unión Europea sigue con la cartera abierta, el apoyo durará varios meses más, no sé si los suficientes para recuperar el buen ritmo de desarrollo económico.
En cualquier caso, el costo para España terminará siendo muy alto. Porque lo que reciban las empresas y que no apoye la reactivación, a pesar de su fallido propósito tendrá que pagarse algún día.
Dos economías turismodependientes, la española y la mexicana, sufrieron caídas similares en el segundo trimestre de 2020: 18.5% y 18.9% respectivamente. Allá dependen de visitantes de todo el mundo, pero especialmente ingleses que ya está claro no volverán en todo lo que resta del año.
En México la dependencia es de los viajeros que llegan de Estados Unidos. Volverán en cuanto superen su tragedia sanitaria porque, creo que mejor que en España, en nuestro país las empresas hoteleras están bien preparadas para recibirlos en condiciones aceptables de higiene. Esto sobre todo porque, aprendiendo de la experiencia española, creo que no se permitirá antes de que el virus esté totalmente bajo control, que vuelva la vida nocturna en las playas tal como se daba hasta hace unos meses: sin sana distancia; de hecho sin distancia, con abrazos y besos —y sexo, desde luego— , con toda la loca alegría de la fiesta animada por el alcohol y otros estimulantes.
¿Cambiará el turismo? Lógicamente, sí. Deberá ser, hasta que no derrotemos a la pandemia, menos de parranda, más familiar; menos de relajo, más de ocio creativo y hasta cultural; menos agotador por las desveladas diarias, y más de simplemente eliminar el estrés caminando en paz en las playas educando a los niños, tal vez reflexionando sobre estos tiempos complejos que nos tocado vivir.
La reactivación
En algún momento el gobierno de AMLO deberá sacar los recursos para dedicarlos a que salgan del letargo las empresas. Pero lo inteligente será hacerlo cuando no se desperdicien en apoyos rápidos, que así como estamos no sirven para gran cosa.
Ojalá nos quitemos de la cabeza la idea —que economistas y empresarios han vendido muy bien, pero que no era aplicable en las actuales circunstancias— de que Andrés Manuel se ha equivocado por no aplicar ¡desde hace meses! las medidas anticíclicas que se resumen en la frase que leí por ahí, de un ideólogo de la derecha no muy avispado, Enrique Díaz Infante, del Centro de Estudios Espinosa Yglesias. Según este especialista, “una política contracíclica, consiste en gastar, gastar y gastar”. Así nomás, a lo puro pendejo. Es decir, ponerse a reparar las vidrieras de las tiendas en ciudades a diario atacadas por las bombas enemigas.
La reactivación implicará en su momento un gasto, desde luego que sí. Pero no a lo tonto, no “gastar, gastar y gastar”. Invertir, sí, en lo que tenga sentido y cuando la guerra termine. Porque si la 4T hubiera hecho lo que el líder del CCE pedía en abril, estaríamos ahora en las mismas y ya completamente gastados.
Qué bueno que Andrés Manuel no le hizo caso a Carlos Salazar. Eso sí, cuando el mundo gane esta terrible gran guerra, la peor de todas, bien hará el presidente López Obrador en escuchar a ese y a otros empresarios. Y también a economistas neoliberales, keynesianos, marxistas, clásicos o románticos; de cualquier tendencia, pero que sean sensatos. Algunos habrá.
Con información de SDP Noticias