“Gracias a Marcelo Ebrard que se ocupa de los asuntos de nuestro país en el exterior, puedo dormir tranquilo”. Esta frase dicha por Andrés Manuel López Obrador en una de sus conferencias “mañaneras”, podría describir de forma puntual, la dimensión que ha tomado el canciller dentro del proyecto de la “Cuarta Transformación de México”.
Marcelo Ebrard Casaubon es, de facto, el segundo de a bordo en el Gobierno de la República.
El canciller tomó las riendas de la Secretaría de Relaciones Exteriores con una encomienda nada sencilla, hacer coincidir la agenda internacional de nuestro país, desde una visión nacionalista, con un contexto internacional enrarecido por las posiciones maximalistas de Trump, Putin, Jinping, Kim Jong y la Unión Europea.
Marcelo Ebrard, después del presidente Andrés Manuel López Obrador, es el político más visible y con mayor exposición pública del país, aun y cuando la labor diplomática no goza de una gran popularidad el canciller es, hoy en día, un referente obligado no solo de la política exterior sino de la agenda interior del gobierno.
La Secretaría de Relaciones Exteriores, debido a su perfil y visión institucional, representaba todo un reto para la Cuarta Transformación, quizá como ninguna otra dependencia del gobierno federal. Sin embargo, Ebrard puso atención especial en dos factores: 1) Consolidar el servicio civil de carrera de la dependencia, lo que le permitió la designación de miembros del Servicio Exterior Mexicano en embajadas y consulados (ya no bajo la lógica de los “cuates” y los intereses personales) y 2) Implementar, con éxito, una agresiva política de austeridad que parecía no gustarle a nadie al interior de la secretaría.
Ebrard se ha hecho presente en el contexto internacional con decisiones arriesgadas y complejas, sin embargo, su determinación y arrojo le han hecho ganarse el respeto de personajes tan disímbolos como Trump y Nicolás Maduro. Al final de cuentas, de eso se trata la diplomacia.
Sin duda, uno de los primeros aciertos de la cancillería fue abandonar el denominado “Grupo de Lima” y acercarse hacía la frontera sur de manera mas activa y real, a través de relaciones más eficaces y sensibles con los mandatarios de Guatemala, El Salvador y Honduras
Pero, en definitiva, lo que ha catapultado a Marcelo Ebrard, en términos de confianza ciudadana, es el diseño y ejecución de la agenda con los Estados Unidos. La relación bilateral, en medio del juego electoral interno en ambos países, ha representado el desafío más grande para la secretaría a su cargo y para él mismo, en términos de sensibilidad, destreza y operación política.
Las negociaciones con Trump y Pompeo, en medio de las amenazas arancelarias y la crisis migratoria, lo pusieron a prueba. Ahí, se mostró como un político experimentado y con una visión amplia de las necesidades del país. De esta forma, Ebrard supo leer el momento y jugó con responsabilidad, impidiendo un duro golpe a la economía de México, lo que también hubiera representado una caída importante en la popularidad y legitimidad del nuevo gobierno y del presidente.
La voz y el discurso de Marcelo Ebrard, se han convertido en un catalizador de la política nacional y de la opinión que se tenga del presidente en el contexto internacional.
Esto lo sabe López Obrador, quien frecuentemente da señales de agradecimiento y confianza al canciller, como lo hizo el día de ayer en la reunión plenaria de legisladores de MORENA, cuando recordó que en el año 2012, se fueron a una encuesta para definir la candidatura a la Presidencia: “fue un momento en el que apostaban nuestros adversarios de que iba a haber ruptura y se quedaron con las ganas, porque Marcelo no escuchó el canto de las sirenas, se puso cera en los oídos y actuó con mucha responsabilidad. Y la verdad la diferencia en esa encuesta era muy poca, y él actuó de manera muy responsable”.
Por Juan Luis H. González