Por: Koskuauhtémok Dias – politólogo
El día 5 de juio del corriente, fuimos devueltos cuatro décadas en el tiempo. Las horrorosas imágenes desde Jalisco, de jóvenes ensangrentados, levantados por encapuchados armados como delincuentes y en vehículos sin placas, reactivaron ese miedo casi genético que los mexicanos nacidos antes de 1980 ya habíamos olvidado. Para los jóvenes de las décadas siguientes, los llamados milenials y centenials, es una nueva experiencia. Indignados por la inseguridad y por la precariedad económica del mundo en el que les tocó crecer, saben que mucho está mal, pero no habían todavía vivido en carne propia el poder del Estado cuando erigido en verdugo y abocado a la represión, la tortura, la desaparición forzada y, en general, al terrorismo oficial.
Enrique Alfaro Ramírez, un político ambicioso que había gobernado Jalisco prácticamente sin oposición desde hacía año y medio, se encontró de pronto en el ojo del huracán. Tras años de manejar un discurso de opositor iracundo, de amedrentar a sus críticos, de comprar o someter a la oposición, de perseguir e insultar al periodismo no alineado, estaba acostumbrado no tener rivales. Engolosinado con las arcas públicas y aprovechando su control absoluto del órgano legislativo local, tenía meses haciendo grandes negocios en medio de la pandemia: puso en pausa la transparencia y la rendición de cuentas y se dedicó a pedir préstamos millonarios para repartir contratos sin licitación entre sus amigos, incluso invirtió decenas cientos de millones en un hospital privado mientras el Hospital Civil carece hasta de lo elemental.
Obsesionado con el poder y obnubilado con la silla presidencial para 2024, había intentado convertirse en el líder de una trastabillante y disminuida oposición nacional, aprovechando la errática política de Salud federal contra la pandemia del Covid-19. Trató de marcar distancia, haciendo todo lo contrario que el Presidente y el subsecretario Gatell: en lugar de pedir que se mantenga la calma y se continúe la vida normal, asustó a los jaliscienses e impuso una cuarentena casi obligatoria, cierre de negocios y multas por no usar cubrebocas. El discurso violento, su sello característico desde que era un bravucón preparatoriano, se volvió contra los ciudadanos cuando los llamó “pendejos que no entienden” y alucinó hablar con Dios, como un mesías destinado a salvarnos de la pandemia.
Era cuestión de tiempo para que ese discurso violento, contra los ciudadanos “pendejos”, se convirtiese en violaciones de derechos humanos de parte de las fuerzas policiacas. Y es que todos sabemos que, si bien no todos los policías son malos, por desgracia en México es más fácil encontrarse con un sádico o un desequilibrado mental vestido de azul, que con una persona ecuánime, entrenada y dispuesta a servir. Todos, sin excepción, hemos sido víctimas de algún un abuso policial.
Teniendo en cuenta lo anterior, no sorprende a nadie que los gendarmes de Jalisco terminasen por convertirlo en chantajes, extorsiones, golpizas, detenciones arbitrarias y, finalmente, en asesinatos.
La muerte de Giovanni López por no usar cubrebocas y las consignas de justicia por parte de su familia galvanizaron el descontento social por el encierro, el desempleo, el distanciamiento social y la imposición de medidas sanitarias en Jalisco. El gobernador Alfaro, se vio obligado a hacerse la víctima y culpar a otros de intentar desestabilizar a Jalisco, pero la actuación de los elementos de su propia Fiscalía lo empujaron al colmo del absurdo: aceptar que no tiene control sobre dicha institución y que incluso esta, casi con seguridad, obedece a la delincuencia organizada.
Así pues, hoy no hay duda: ha nacido la oposición en Jalisco. Quizá no es la oposición que hubiésemos querido, pero es la que hay. Está fincada en un reclamo legítimo: los ciudadanos están cansados de la inseguridad y de los abusos del gobierno estatal: exigen resultados. Y es que cuando desapareces la transparencia, le das levantón a la legalidad y asesinas la crítica, lo que siguen son los ciudadanos.
Bajo estas circunstancias y con una bajísima tasa de aceptación, que difícilmente llega a 30% ¿qué personajes se atreverían a ungir a Alfaro como líder de una oposición que, a nivel nacional, también es necesaria?