
Los días han transcurrido lentos en las últimas semanas para el gobierno de la república y para el presidente Ándres Manuel López Obrador. Después del evento en Culiacán, el asesinato de los miembros de la familia Lebarón en el norte del país, el affaire Evo Morales y la tensión provocada por el nombramiento de Rosario Piedra Ibarra al frente de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, el ambiente político y social del país se modificó y dejó de ser un camino pavimentado y terso para el gobierno federal.
En medio de este collage de agendas, acciones, narrativas y políticas ha emergido una figura que en los hechos ha dado certeza institucional al país en una de las coyunturas más complejas de este primer año de la 4T en el gobierno. Marcelo Ebrard ha sido el fiel de la balanza no sólo en el ámbito de las relaciones exteriores, lo que en teoría debería ser su único campo de acción, sino que ha hecho una labor de sacrificio, como se dice en el argot futbolero, para atemperar los ánimos en la política interna del país.
A pesar de esto, ha mantenido una relación estable con el impredecible presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, y ha sacado adelante un tema que es fundamental para el sector productivo y para la economía general del país: las negociaciones del T-MEC.
Ebrard parece consolidarse como el hombre serio y congruente del gabinete, es el político que tiene con una visión clara del bosque, no sólo del árbol y el único que parece entender la política desde una posición de gobierno, por cierto, un gobierno átipico y diferente a todos los que han transitado en México en los últimos 6 sexenios.
Recientemente, resolvió con sobriedad un tema que había encendido las alertas de las polarización, sobre todo en las redes sociales y las tribunas de las dos cámaras. Se inclinó por fustigar el golpe de estado en Bolivia, recibió a Evo Morales, justificó y aclaró en qué condición se encuentra en nuestro país y cerró el capítulo. Sin mayores aspavientos, sin vanaglorias e histrionismos innecesarios.
De esta forma, paso a paso, Ebrard se ha constituido en el secretario confiable, en el hombre de hierro del gobierno de López Obrador, muy por encima de Olga Cordero, una pálida secretaria de Gobernación y del resto de los titulares de las dependencias federales. Su voz se escucha con atención y parecer ser, que así seguirá siendo por un tiempo indeterminado.
Recientemente aclaró que con Estados Unidos no hay tensión y remató asegurando que “México tiene clara cuál es su política exterior, no hay tensión, sí diferencias de enfoque (...) Habrá diferencias sobre lo que se piensa de Evo Morales pero lo que hicimos es congruente y consistente con la política exterior de nuestro país". Y así, a once meses de iniciado el actual gobierno, Ebrard parece ser el único imprescindible en el tablero del presidente. El tiempo dirá.