El ex director editorial de Milenio y columnista de ese diario es un buen periodista, al que a veces traiciona su temperamento de chaparro acomplejado y engreído.
Carlos Marín, desde luego, tiene virtudes: la principal, ser muy buen padre. Adora a su hijo Leandro y a su hija Lula. Me consta porque, durante años, a Carlos lo traté bastante en la redacción de Milenio.
Espero que no moleste a la familia Marín lo que voy a decir enseguida. Si les pareciera de mal gusto, les pediría me disculparan. Pero, ni hablar, no puedo evitar compartir el único pensamiento que se me vino a la cabeza después de leer la columna de Carlos de este dos de mayo de 2019.
Si por cualquier motivo Leandro hubiera estado (cito al mencionado columnista) entre los “63 mineros muertos la madrugada del 19 de febrero de 2006 en la explosión de Pasta de Conchos” —personas cuyos cuerpos no han sido rescatados y entregados a sus seres queridos que, por lo tanto, no han podido darles sepultura—, el sufrimiento del padre y la hermana del fallecido habría sido espantoso todos estos años: por el fallecimiento mismo y, también, por la imposibilidad de despedirlo en un funeral realizado con la dignidad y la solemnidad que la muerte exige.
Y si, después de 13 años de la tragedia, cuando parecía perdida toda esperanza de encontrar el cadáver del muchacho, un presidente de la República anunciara que intentará de nuevo el rescate, Carlos y Lula Marín, estoy seguro, darían las gracias a ese gobernante ¡y lo harían muy probablemente con lágrimas de agradecimiento! Porque se llora de tristeza, de rabia, de felicidad y también para expresar gratitud cuando alguien hace lo que a uno más le conmueve.
Ahora bien, si, además de lo anterior, Carlos y Lula leyeran a un periodista que ha escrito que es una “babosada” la intención de rescatar el cuerpo de Leandro, seguramente utilizarían las redes sociales —o recurrirían a una carta a la dirección del diario en el que tal ofensa se hubiera publicado— para expresar que quien hubiese escrito esa palabra para burlarse de la última esperanza de encontrar a Leandro es, además de un pobre pendejo, un mal ser humano.
Probablemente eso —que es un pobre pendejo y una mala persona— es lo que pensarán hoy jueves de Carlos Marín los familiares de los mineros fallecidos en Pasta de Conchos.
Y es que, en el mejor de los casos por idiota, Marín en su columna de Milenio ha calificado de “babosada” la iniciativa del presidente López Obrador de intentar rescatar los cuerpos de los mineros para que sus padres, madres, hermanos, hijos, amigos los despidan en funerales tan dignos que les permitan descansar en paz.